La tensa relación entre el Chile de Piñera y la Argentina de Fernández, debido al incidente por el Covid19

POLITICA

“En ciertos países de nuestra región, especialmente en aquellos con un marcado sesgo ideológico neoliberal -como es el caso chileno y el de Brasil-, se intenta traspasar los costos de la crisis a las y los trabajadores”, dice el punto 10 del texto. “En los anuncios económicos realizados por el Gobierno de Sebastián Piñera”, sigue, “las principales medidas de apoyo a los sectores más vulnerables serán financiadas con sus propios ahorros, y los recursos de apoyo a pequeñas y medianas empresas comprometidos no son más que respaldo financiero para que bancos comerciales otorguen créditos con criterios e intereses de mercado”.

Fernández puso su firma al final junto a las de los expresidentes Lula da Silva y Dilma Rousseuff (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay) y Rafael Correa (Ecuador), y las de los delegados chilenos José Miguel Insulza (PS), Karol Cariola (PC), Carlos Ominami (exPS), Marco Enríquez-Ominami (PRO), Alejandro Navarro (exPS), Camilo Lagos y varios otros representantes extranjeros. Fue una videoconferencia de más de dos horas producida en parte por ME-O, estrecho amigo del gobernante al igual que Ominami, en la que también participaron Evo Morales (asilado en Buenos Aires) y el ex jefe del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el expresidente colombiano Ernesto Samper, entre otros.

El presidente argentino se desconectó unos momentos de la asamblea para explicar en otra videoconferencia la presentación que sacó chispas entre los asesores de Piñera, y luego regresó con los poblanos. Fue en ese contexto que después se gestionó la reunión remota de ayer entre el canciller chileno Teodoro Ribera, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, y sus pares trasandinos Felipe Solá y Ginés González García (personaje clave en este asunto). El cuartel general de la diplomacia chilena ya había tomado nota de todo lo que había pasado el viernes y venía digiriendo desde mucho antes sus diagnósticos sobre la situación bilateral.

Más allá de que ahí el ministro chileno dijera que “los países más que estar en competencia deben colaborar” y que el argentino refrendara que “hay que colaborar”, el incidente alcanza la históricamente dinámica y compleja relación entre ambos países en un punto tibio. En la Cancillería chilena admitían el lunes que “no hemos podido trabajar bien”. Y no hay entendido en el rubro consultado para esta nota que no trepide en enumerar hitos, detalles y hechos que así lo pintan, pero con considerandos a favor. Es una trama que pende de al menos tres ejes.

Uno, la tensa relación del gobierno de Fernández con sus vecinos y el factor de la política interna en el gobierno. Dos, la brecha ideológica entre ambos gobiernos y los vacíos formales en la arquitectura diplomática. Y tres, que por eso mismo desde ambos lados han echado mano intensivamente y contrarreloj a las escasas pero valiosas redes de que disponían al momento de comenzar esta historia.

Partida en pie forzado

La relación entre ambos mandatarios partió en un pie forzado. Piñera es amigo de Mauricio Macri y su amarga derrota en las elecciones del año pasado lo puso al frente de una tribu que le es relativamente ajena. Con Fernández no se conocían y hasta hoy nunca se han reunido en persona. El chileno no pudo cumplir el 10 de diciembre con la tradición de asistir al cambio de mando en Buenos Aires; le telefoneó ese día para explicarle que la tragedia del avión Hércules de la FACh accidentado entonces se lo había impedido.

Pero menos de 15 días después, Fernández lo criticó por la crisis de derechos humanos acá que siguió al 18 de octubre, comparando la situación en la Venezuela de Nicolás Maduro con que “Piñera metió presas a 2.500 personas y no pasó nada y nadie dijo nada, nadie habló nada”. Ribera tuvo que telefonear al canciller Solá: le dijo que si ese iba ser el tono de la relación, pues que mejor lo sinceraran.

¿Más señales? Además de alinearse con el Grupo de Puebla, el jefe de la Casa Rosada ha bregado por incorporar al foro de Prosur a Venezuela, a lo que Santiago se opone. Todo eso, en un tablero donde el gobierno argentino mantiene relaciones quebradas con el Brasil de Jair Bolsonaro (no fueron a sus respectivos cambios de mando y el embajador trasandino, Daniel Scioli, aún no puede asumir), y no mucho mejor con el Uruguay de Luis Alberto Lacalle, a cuya toma de mando tampoco fue. ¿Bolivia? Pues tiene asilado en casa a Evo.

La administración Piñera lee que todo esto incide en la relación bilateral porque en el aparato gubernamental trasandino conviven y chocan las corrientes moderadas y más radicales que llevaron a Fernández, como La Cámpora -con Cristina Fernández detrás- al poder. Por un lado, dicen, este último sector incide en el manejo de las relaciones exteriores y no le deja demasiado espacio al canciller Solá. Este último, agregan desde la oposición chilena vinculada a la Casa Rosada, tampoco es un experto en el rubro y hubo otros candidatos para su cargo. Y en la Cancillería creen que para foros como el Grupo de Puebla, el Chile de Piñera es un blanco demasiado tentador. Y eso complica todo.

Por lo mismo, entre los amigos santiaguinos de Fernández reconocen que “estuvo al límite” con Chile al haber firmado la declaración del Grupo de Puebla del viernes. Pero que el presidente argentino “no quiere andar provocando a Piñera”, aun cuando es “muy crítico de los gobiernos neoliberales”. Otro de sus cercanos acá coincide en que “Alberto quiere entenderse con Sebastián Piñera, entiende la importancia, no quiere llevarse mal con él” y que “tiene buena opinión de él, no políticamente, pero han tenido buenos contactos”.

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